Italia

Historia de Italia

La historia de Italia es una de las más importantes de toda Europa y de todo el mundo. Heredera de múltiples culturas antiguas como la de los etruscos y latinos, y receptor de la colonización griega y cartaginesa, vio nacer el Imperio Romano, legador de gran parte de la cultura occidental y uno de los mayores de la historia. Tras la caída del Imperio, Italia sufrió una serie de invasiones germanas alternadas con intentos bizantinos y francos de reconstruir la unidad del Imperio Romano.

Durante la Edad Media Italia se convertiría en un mosaico de ciudades-estado que luchaban entre sí para conseguir la hegemonía sobre el resto, con frecuentes intervenciones de las potencias circundantes y de la Iglesia. En los siglos XV y XVI se convirtió en el centro cultural de Europa dando origen al Renacimiento y fue uno de los campos en los que se decidió la supremacía europea del Imperio Español.

Tras el declive de la monarquía hispánica, el Imperio Austrohúngaro pasaría a controlar la región. Transformada en un campo de batalla durante las guerras revolucionarias, pasaría a luchar por su independencia. Entre 1856 y 1870 se llevó a cabo la Unificación de Italia después de una serie de guerras que implicó enfrentarse al Imperio Austríaco y los Estados Pontificios. Posteriormente, Italia llevaría a cabo políticas imperialistas que la llevaron a participar en la Primera Guerra Mundial del lado de la Entente, a la invasión de Abisinia y a participar en la Segunda Guerra Mundial como aliado de Hitler.

En la actualidad Italia es en un país prestigioso, democrático, perteneciente a organizaciones tan importantes como la Unión Europea o el G-8, y una de las principales potencias económicas de la Tierra.

Edad del Hierro (s. VIII al V a.C.)
La Cultura de Villanova

Con el siglo VIII llegan desde el norte nuevos pobladores de distinto origen que traen consigo una cultura metalúrgica que domina el hierro. Se trata de la Cultura de Villanova así llamada por uno de los principales yacimientos arqueológicos. Se sabe, además, que practicaban la cremación e incineración de sus muertos, caracterizándose sus necrópolis por unas urnas típicas de forma cónica. Hablaban las lenguas itálicas, de origen indoeuropeo. Se asentaron principalmente al norte, junto al Po y en Umbría y Emilia, y en el centro de la península (Etruria y el Lacio). Más al sur, aunque la práctica general era la inhumación se han encontrado también enterramientos de esta cultura hasta Capua, Campania.

Los Etruscos

Cabeza de guerrero (Necrópolis de Crocifisso del Tufo, Orvieto, Italia)Los etruscos fueron un enigmático pueblo cuyo núcleo histórico fue la Toscana, a la cual dieron su nombre (eran llamados Τυρσηνοί (tyrsenoi) o Τυρρηνοί (tyrrhenoi) por los griegos y tuscii o luego etruscii por los romanos; ellos se denominaban a sí mismos rasena o rašna). Su origen es incierto: los pocos registros que quedan sobre ellos parecen indicar que vinieron de Oriente, posiblemente de Asia Menor, lo que parecen corroborar ciertos estudios aunque sin pruebas definitivas.

Desde la Toscana se extendieron por el sur hacia el Lacio y parte septentrional de la Campania, en donde chocaron con las colonias griegas; hacia el norte de la península itálica ocuparon la zona alrededor del valle del río Po, en la actual región de Lombardía. Llegaron a ser una gran potencia naval en el Mediterráneo Occidental, lo cual les permitió establecer factorías en Cerdeña y Córcega. Sin embargo, hacia el siglo V adC comenzó a deteriorarse fuertemente su poderío, en gran medida, al tener que afrontar casi al mismo tiempo las invasiones de los celtas y los ataques de griegos y cartagineses. Su derrota definitiva, por los romanos, se vio facilitada por tales enfrentamientos y por el hecho de que los rasena o etruscos nunca formaron un estado sólidamente unificado sino una especie de débil confederación de ciudades de mediano tamaño. En cierto modo predecesora de Roma y heredera del mundo helénico, su cultura (fueron destacadísimos orfebres, así como innovadores constructores navales) y técnicas militares superiores hicieron de este pueblo el dueño del norte y centro de la Península Itálica desde el siglo VIII adC hasta la llegada de Roma. A tal punto que los primeros reyes de Roma fueron etruscos. Hacia 40 adC, Etruria (nombre del país de los etruscos) fue conquistada por los romanos.

Magna Graecia en el 280 a. C.

La zona sur recibió principalmente una fuerte influencia griega. El descontento con la clase dirigente, el aumento demográfico, la falta de tierras y el deseo de crear nuevas factorías comerciales llevó a los antiguos griegos a crear numerosas colonias en el extranjero. Su cercanía, así como su relativa poca resistencia a este fenómeno, hizo de Italia una de las principales zonas de asentamiento griegas, recibiendo el nombre de Magna Grecia. Varias de las principales ciudades griegas se ubicaron en la península: Tarento, Síbari, Crotona...

La colonización griega abarcó también los territorios insulares que rodean la península. En Sicilia, los griegos se asentaron en la zona norte, cerca del Estrecho de Mesina, y en la costa oriental, donde ciudades como Siracusa tuvieron un papel importante en el mundo griego. Chocó sin embargo con el imperialismo cartaginés. Las guerras entre griegos y púnicos no tuvieron un vencedor, aunque la isla terminó dividida en dos esferas de influencia:

La zona oriental con Siracusa, Agrigento, Mesina... quedó bajo control griego.

La zona occidental con Palermo... quedó bajo control cartaginés. Algo parecido ocurrió con los intentos griegos de establecer colonias frente al mar Tirreno. Aunque los comienzos en Córcega fueron prometedores, la derrota frente a etruscos y púnicos en la Batalla de Alalia dejó Córcega y Cerdeña en manos cartaginesas.

Roma (s. V a.C. al V d.C.)

En el 753 adC se fundó a orillas del Río Tíber clave para la historia: Roma. Su origen es incierto: la mitología romana vincula el origen de Roma y de la institución monárquica al héroe troyano Eneas, quien, huyendo de la destrucción de su ciudad, navegó hacia el Mediterráneo occidental hasta llegar a Italia tras un largo periplo. Allí, tras casarse con la hija del rey de los latinos, pueblo del centro de Italia, fundó la ciudad de Lavinium. Posteriormente su hijo Iulo fundaría Alba Longa, de cuya familia real descenderían los gemelos Rómulo y Remo, los fundadores de Roma.

Esto le daría un origen latino, al que mediante el legendario episodio del rapto de las sabinas se añadirían sus vecinos centroitálicos sabinos. Sin embargo, otras teorías, basadas en su cercanía a la Toscana etrusca, su posición en las rutas comerciales de éstos, algunas hipótesis toponímicas y el origen de algunos de sus primeros reyes parecen indicar una notable presencia etrusca.

La Monarquía romana

La monarquía romana (en latín, Regnum Romanum) fue la primera forma política de gobierno de la ciudad-estado de Roma, desde el momento legendario de su fundación el 21 de abril del 753 adC, hasta el final de la monarquía en el 510 adC, cuando el último rey, Tarquinio el Soberbio, fue expulsado, instaurándose la república romana.

Los orígenes de la monarquía son imprecisos, si bien parece claro que fue la primera forma de gobierno de la ciudad, un dato que parecen confirmar la arqueología y la lingüística. Mitológicamente, se enraíza en la leyenda de Rómulo y Remo. De cualquier manera, tras Rómulo y el sabino Numa Pompilio, llegó al poder Tulio Hostilio, que expandió el puerto de escala en la ruta costera de la sal que era Roma a costa de sus vecinos, transformando Roma en la más influyente ciudad de Lacio.

Tras el reinado de Anco Marcio, ascendió al poder una dinastía de origen etrusco, los Tarquinios, bajo la que Roma amplió aún más su poder en la región. Sin embargo, los excesos de Tarquinio el Soberbio que fueron origen de disputas internas, a las que se sumaron la coalición de etruscos y latinos amenzados por la coidad, desembocaron en la expulsión del rey gracias a la intervención de Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino. Roma perdió la mayor parte de su poder, a lo que se sumó la humillación de un saqueo por celtas liderados por Breno que asolaron varias ciudades italianas.

La República romana

La República (509 adC - 27 adC) fue la siguiente etapa de la antigua Roma en la cual la ciudad de Roma y sus territorios mantenían un sistema republicano de gobierno. En circunstancias históricas poco claras, la monarquía romana fue abolida el 509 adC, y sustituida por la República.

Una característica del cambio fue que la administración de la ciudad y sus distritos rurales quedó regulada en el derecho de apelar al pueblo contra cualquier decisión de un magistrado concerniente a la vida o al estatuto jurídico.La administración ejecutiva quedó dotada de Imperium o poder omnímodo el cual tenía un origen religioso que arrancaba del propio dios Júpiter. Los magistrados dotados de imperium eran los cónsules, pretores y, eventualmente, los dictadores. Sin embargo, el imperium sólo se ejercía extra pomoerium, es decir, fuera de las murallas de Roma. En consecuencia, tenía un carácter esencialmente militar. En la ciudad en sus funciones civiles, los magistrados estaban sometidos a limitaciones legales y controles mutuos.

Con el paso de los años la ciudad fue conquistando al sus vecinos latinos, etruscos y sabinos, a los que agruparía en la Liga Latina y recuperando su antiguo poder en el Lacio. La expansión continuó hacia el sur, y aceptando una petición de protección de los samnitas de Capua frente a sus vecinos montañosos se involucró en las Guerras Samnitas, con las que obtendría Campania. Una a una las diversas tribus itálicas fueron conquistadas y Roma impuso un protectorado sobre las colonias griegas del sur, encabezadas por Tarento, cuyos intentos de llamar en su apoyo al rey Pirro de Epiro fueron en vano.

La petición de socorro de un grupo de mercenarios que se habían adueñado de Mesina hizo que el avance romano continuara hacia Sicilia, donde chocó con los cartagineses. Tras ganar la Primera Guerra Púnica, Roma se anexiono la isla, a las que pronto siguieron Cerdeña y Córcega. Convertida en una de las principales potencias del Mediterraneo, junto a Cartago y los reinos helénicos, Roma practicó una política exterior cada vez más importante. La venganza cartaginesa por la pérdida de Sicilia tuvo lugar mediante la famosa la invasión de Italia desde los territorios púnicos en Iberia. Durante esta Segunda Guerra Púnica, Anibal inflingió históricas derrotas a los Romanos, culminando en Cannas, pero finalmente la victoria de Publio Cornelio Escipión en Zama supuso la victoria romana.

Roma fue a partir de entonces la mayor potencia mundial. Se anexionó las provincias cartaginesas en Hispania, que amplió mediante numerosas guerras en los dos siglos siguientes. Roma comenzó a intervenir en Grecia y Macedonia, que tras una victoria en Pidna conquistó. Tras una Tercera Guerra Púnica puso el pie en África, en lo que hoy es Túnez. La herencia del rey Atalo III en Asia y de Nicomedes en Bitinia, le llevaron a otra guerra con Mitrídates VI del Ponto y Tigranes I de Armenia con las que su dominio se amplió a Siria y Turquía, mientras conquistaba a sus antiguos aliados númidas liderados por Yugurta.

Este incombustible expansionismo tuvo importantes consecuencias sociales, sobre todo debidas al hecho de que el ejército romano no estaba concebido para las largas campañas de ultramar. La ausencia de sus hogares tenía duras consecuencias para los pequeños agricultores que componían la base del ejército romano, tanto ciudadanos como itálicos conquistados. Una rebelión itálica (Guerra Social) fue duramente reprimida, y ante la amenaza de un ejército de cientos de miles de germanos, el ejército fue reformado por Cayo Mario siendo a partir de entonces principalmente reclutado entre los más pobres, que recibían tierras al final de su servicio.

Las reivindicaciones de las clases más pobres, que desde los intentos de reforma agraria de los hermanos Graco aspiraban al reparto de tierras públicas, y el nuevo ejército, que dependía del poder de su general para obtener tierras al licenciarse dio pie a una serie de conflictos y pulsiones internas. Lucio Cornelio Sila reinstauró la paz tras una dictadura personal, pero años después, la enemistad entre el político y general que había conquistado las Galias, Julio César, y la mayor parte de la aristocracia desembocaron en una cruenta sucesión de guerras civiles, al final de las cuales su hijo adoptivo y sucesor Cayo Julio César Octaviano, se hizo con el poder.

El Imperio Romano

Expansión del Imperio Romano en 133 adC (rojo), 44 adC (naranja), 14 (amarillo), y 117 (verde). El Imperio Romano fue la última etapa de la civilización romana en la Antigüedad clásica caracterizada por una forma de gobierno autocrática. El término es la traducción de la expresión latina Imperium Romanum, que no significa otra cosa que el dominio de Roma sobre un territorio.

El nacimiento del imperio viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que extendió su control en torno al Mar Mediterráneo, y la larga sucesión de conflictos internos que marcaron el final de la República. Tras la victoria final de Augusto, se estableció por fin una paz perdurable, caracterizada por la concentración de poder en manos del susodicho, primero como Princep y luego Domine. Paralelamente, se continuó con la expansión interna, buscando la conocida como Pax Romana, un largo periodo de estabilidad y paz que vivió Europa, el norte de África y Oriente Medio bajo el yugo romano.

Este imperio fue uno de los mayores focos culturales, artísticos, literarios y filosóficos de su tiempo, con un notable desarrollo científico y técnico. En Roma e Italia se adoptó la cultura griega, que tuvo una digna continuación latina. La existencia de una serie de estados organizados a lo largo de Eurasia permitió la creación de la Ruta de la Seda, que enlazaba Occidente con el Imperio Chino. La capital, Roma, se convirtió en una de las mayores urbes del mundo, con habitantes venidos de todas las provincias del imperio.

Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando, llegando a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, abarcando desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos 6´14 millones de km².

Con el tiempo, la derrota ante los germanos en Teotoburgo, las constantes guerras con el Imperio Parto en el oeste y las dificultades para gestionar el ya inmenso territorio imperial llevaron a la construcción de limes o fronteras fortificadas para defender un imperio que comenzaba a dar señales de agotamiento. El sistema imperial mantendrían su vigencia hasta la llegada de Diocleciano, quien trató de salvar un imperio que caía hacia el abismo dividiendo el imperio para facilitar su gestión entre Occidente y Oriente. El imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones siguiendo el ritmo de guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la muerte de Teodosio I el Grande, quedó definitivamente dividido.

La decadencia | Caída del Imperio Romano

Las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión de los pueblos hunos, procedentes de las estepas asiáticas, penetraron en el Imperio Romano. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen. En muchas ocasiones se llegaron a ceder provincias fronterizas a los germanos a cambio de que las defendiesen de sus compatriotas, pues el servicio militar había sido abolido entre los italianos. El imperio, sofisticado y rico como pocos en la historia, era ya decadente, y en los siglos III y IV, sus últimas glorias vinieron de generales de origen bárbaro como Aecio y Estilicón. La gloriosa ciudad de Roma fue saqueada por los visigodos de Alarico I en 410.

Paralelamente, la capitalidad había sido desplazada a Milán primero, y Rávena después, mientras que varias provincias iban siendo conquistadas por diversos pueblos germanos. La parte oriental, más rica y militarmente fuerte, se convirtió en el gran foco de poder del Mediterraneo. El cristianismo, otrora perseguido, se convirtió en religión oficial gracias a los edictos de Milán de Constantino I el Grande y Tesalónica de Teodosio I el Grande. Las ciudades decayeron, produciéndose una emigración al campo, con el consecuente efecto negativo en el comercio, la cultura y la ciencia.

El emperador de Roma ya no controlaba el Imperio, de tal manera que en el año 476, un jefe bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de 10 años que fue el último emperador Romano de Occidente y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente.

Alta Edad Media (s. V al XII)
Los ostrogodos

Los ostrogodos eran un grupo de godos que habían sido sojuzgados por los hunos. Tras su liberación de aquellos, eligieron a Teodomiro como rey y se asentaron bajo protección bizantina en Panonia, en el cauce del Danubio. A este le sucedió su hijo Teodorico el Grande, que con la bendición del emperador de Oriente condujo a su pueblo a Italia en 488.

En la península gobernaba el hérulo Odoacro tras deponer al último emperador romano en 476. Tras una campaña en el Norte de la península, Teodorico tomó la capital, Rávena, matando a Odoacro en 493 y estableciéndose como señor del país. Su reinado fue recordado por mantener la administración romana, que protegió, logrando mantener la estabilidad de Occidente. En 526 la muerte de Teodorico acabó con esta etapa de paz, heredando Italia su nieto, Atalarico. El reino ostrogodo se desmoronó.

Los bizantinos

Bajo Justiniano I, el Imperio Bizantino inició una serie de campañas con el objetivo de reconstruir la unidad mediterránea. La debilidad del reino ostrogodo, y los deseos bizantinos de recobrar la ciudad de Roma convirtieron a Italia en un objetivo.

En 535, el general Belisario, invadió Sicilia y marchó a través de la península, tomando Nápoles, llegando a Roma en 536. Prosiguió hacia el norte y tomó Mediolanum (Milán) y Rávena en 540. Un acuerdo con los ostrogodos, que conservaron un reino en el noroeste de Italia trajo la paz.

Belisario fue entonces llamado a Oriente, donde los persas amenazaban las fronteras. Su sucesor, Juan, no logró mantener el control, y en 541 los godos estaban enemistados con Bizancio, liderados por Totila que había recuperado la Italia del Norte. La vuelta de Belisario permitió recuperar Roma, para perderla de nuevo no mucho después.

En 548, el eunuco Narsés sustituyó a Belisario. Totila fue asesinado, y el ejército godo derrotado. Hacia 561 los bizantinos habían pacificado la zona.

Los lombardos

Entre los diferentes pueblos germánicos que habían abandonado su antigua morada para vivir en mejores tierras, se contaban los lombardos, a los que Justiniano I había dejado asentarse en Panonia, a condición de que defendieran la frontera. Atraídos por la riqueza de Italia, atravesaron los Alpes ocupando las actuales regiones de Piamonte, Liguria, Lombardía y Véneto sin mucha oposición. La falta de una autoridad central posibilitó la fragmentación de Italia en treinta y seis ducados independientes.

Mientras se enfrentaban a la oposición del Imperio Bizantino en Oriente, y a la de los francos en Occidente, los lombardos consiguieron recomponer una monarquía común electiva, tradicionalmente germánica. Es de destacar el reinado de Agilulfo que abandonó el arrianismo y se convirtió al catolicismo, aumentando la división interna.

Mientras los conflictos iconoclastas ocupaban a Bizancio y lo enemistaban con el Papa (pues la posición del Emperador de Oriente también regía en sus provincias italianas) los lombardos aumentaron sus dominios, so pretexto de socorrer al Papa. En el 750, Aistolfo tomó la ciudad imperial de Rávena.

Baja Edad Media (s. XII al XV)
La fragmentación política: El Sacro Imperio y la Liga Lombarda

A la muerte de Carlomagno, su imperio fue repartido entre sus diversos hijos, iniciándose un periodo de guerras civiles que no se estabilizaron hasta la creación a principios del siglo X del Reino de Francia y del conglomerado del Sacro Imperio en lo que hoy es Alemania, el norte y centro de Italia, Suiza, Países Bajos y otras provincias orientales de sus dominios.

La ausencia de un poder central fuerte supuso la atomización de estas regiones en principados, obispados, condados y ciudades prácticamente independientes y con frecuencia enfrentados entre sí. Esto fue particularmente importante en Italia, donde las ricas ciudades del norte emergieron como ciudades-estado comerciales cuasi-independientes.

El emperador era elegido por los principales nobles, lo que facilitó este clima de enfrentamiento que tuvo en numerosas ocasiones Italia como campo de batalla. En el siglo X, se introdujo un nuevo elemento de discordia: el enfrentamiento entre la Iglesia y el Imperio, que fue conocido como la Querella de las Investiduras y que inició una serie de conflictos por la primacía del Papa o el Emperador en la cristiandad y el Sacro Imperio que dividieron Italia entre güelfos y gibelinos.

A raíz de esto diversos emperadores, como Federico I Barbarroja se enfrentaron al Papa e invadieron Lombardía, apoyando cuando les convenía a antipapas. En respuesta, diversos emperadores fueron excomulgados, mientras los Estados Pontificios rechazaron el poder temporal del Emperador y promovieron facciones pro-eclesiásticas.

Las ciudades del norte de Italia se vieron involucradas en la guerra, cambiando frecuentemente de partido. La Liga Lombarda fue una alianza establecida el 1 de diciembre de 1167 entre 26 Ciudades Opositoras del Norte de Italia, entre las que destacan Milán, Cremona, Mantua, Bérgamo, Brescia, Plasencia, Bolonia, Padua, Treviso, Vicenza, Verona, Lodi, Parma y Venecia. Posteriormente se unieron otras cuatro ciudades más, hasta formar un total de 30.

El propósito inicial de la Liga era combatir la política italiana de Federico I, que en aquel momento reclamaba el control total sobre el norte de Italia. La respuesta imperial quedó expresada en la Dieta de Rocaglia y fue llevada a cabo con la invasión de 1158 y luego otra vez en 1166. La Liga recibió el apoyo incondicional del Papa Alejandro III y sus sucesores, deseosos tanto de verse libres de la influencia imperial como de aumentar su poder en la Península Itálica. En la Batalla de Legnano (29 de mayo de 1176), las tropas imperiales fueron derrotadas y Federico se vio forzado a firmar una tregua de seis años (1177-1183). La situación se resolvió al finalizar ésta, cuando ambas partes firmaron el Tratado de Constanza, según el cual las ciudades italianas reconocían la soberanía del emperador de Alemania, pero a su vez éste se veía obligado a reconocer la jurisdicción propia de cada ciudad sobre sí misma y su territorio circundante, lo que supuso el reconocimiento de su independencia de facto.

La Corona de Aragón

La muerte sin herederos varones del rey de Sicilia, llevó al rey aragonés Pedro III a reclamar el reino, al ser su mujer hija del rey. Fue sin embargo entregado a la Casa de Anjou, reinante en Francia, sólo para ser expulsada durante las Vísperas Sicilianas de 1282 y terminar efectivamente en manos aragonesas, lo que le valió enfrentarse al Papa y Francia.

Como fue típico en la Corona de Aragón, este nuevo territorio terminó en manos de una rama menor de la familia real. Posteriormente, a raíz de una concesión del Papa Bonifacio VIII en el siglo XIII, la Corona de Aragón se anexionó Cerdeña, cuya dominación efectiva significó largas guerras y conflictos dinásticos.

Fue Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso, quien de de nuevo logró unir Mallorca, el Rosellón y Sicilia al tronco principal, y pacificar Cerdeña. Posteriormente Alfonso V, conquistaría el Reino de Nápoles en 1442, que legó a su hijo bastardo, Ferrante.

El Renacimiento (s. XV al XVI d.C.)

Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, ejemplo de la combinación de ciencia y arte. El Renacimiento italiano inició la era del Renacimiento, un período de grandes logros y cambios culturales en Europa que se extendió desde fines del siglo XIV hasta alrededor de 1600, constituyendo la transición entre el medioevo y Europa moderna.

Aunque los orígenes del movimiento confinado principalmente a la cultura literaria, el esfuerzo intelectual y el mecenazgo pueden rastrearse hasta inicios del Siglo XIV. muchos aspectos de la cultura italiana permanecían en su estado medieval y el Renacimiento no se desarrolló totalmente hasta fin de siglo.

La palabra Renacimiento (Rinascimento en italiano) tiene un significado explícito , que representa el renovado interés del período en la cultura de la antigüedad clásica, luego de lo que allí mismo se etiquetó como la "edad oscura"[2] . Estos cambios, aunque significativos, estuvieron concentrados en las clases altas, y para la gran mayoría de la población la vida cambió poco en relación a la Edad Media.

El renacimiento italiano comenzó en Toscana, con epicentro en las ciudades de Florencia y Siena. Luego tuvo un importante impacto en Roma, que fue ornamentada con algunos edificios en el estilo antiguo, y después fuertemente reconstruida por los Papas del siglo XVI. La cumbre del movimiento se dio a fines del siglo XV, mientras los invasores extranjeros sumían a la región en el caos. Sin embargo, las ideas e ideales del renacimiento se difundieron por el resto de Europa, posibilitando el Renacimiento nórdico, centrado en Fontainebleau y Amberes, y el renacimiento inglés.

El renacimiento italiano es bien conocido por sus logros culturales. Esto incluye creaciones literarias con escritores como Petrarca, Castiglione, y Maquiavelo, obras de arte de Miguel Angel y Leonardo da Vinci, y grandes obras de arquitectura, como la Iglesia de Santa María del Fiore en Florencia y la Basílica de San Pedro en Roma.

Políticamente fue un periodo de constantes luchas por el poder, cambios dinásticos, guerras e invasiones extranjeras.

Garibaldi

La Europa posterior al Congreso de Viena estuvo marcado por un desarrollo del nacionalismo vinculado al romanticismo, una intensa actividad revolucionaria de carácter liberal y, a partir del conflicto social de la Revolución Industrial, por el movimiento obrero. Italia no fue ajena a estas luchas, que tuvieron su foco en el deseo de unir a las distintas regiones de habla y cultura italiana en un mismo país.

El Reino del Piamonte fue el protagonista de este proceso. El conde de Cavour, primer ministro, conquistó con apoyo francés Lombardía en 1859. Parma y Módena se unieron a Piamonte después de que se hiciera un referéndum y junto con ellas se unió Toscana. Posteriormente Giuseppe Garibaldi conquistaría el Reino de las Dos Sicilias.

El 17 de marzo de 1861, el rey del Piamonte, Víctor Manuel II era coronado Rey de Italia. En 1866, aprovechando que Alemania entraba en guerra con Austria los italianos también les declararon la guerra y al concluir esta se anexionaron el Véneto. Por último, en 1870, y aprovechando que Alemania le había declarado la guerra a Francia y que está tuvo que llamar a todas las tropas que defendían Roma de una posible invasión italiana, Victor Manuel invadió los Estados Pontificios y declaró a Roma la capital de Italia, lo que generó un conflicto entre Iglesia y Estado que no se resolvería hasta 1929 con la creación del Vaticano.

El nacionalismo italiano siguió manteniendo sin embargo sus reclamaciones sobre regiones que ellos consideraban italianas, pero que permanecían en manos extranjeras, a las que calificaban de Italia Irredenta. Esto incluía varias ciudades y comarcas en la frontera con Austria y Croacia, a las que los sectores más extremistas añadían Niza y Saboya, Malta, Córcega y la región italoparlante de Suiza.